Sus pasos se acercan duros y rugosos, su tridente se asienta en el pavimento marcando un antes y un después, uno, dos, tres, cuatro. Yo lo presiento con un rubor que me escuece la espalda entera. Su olor penetrante a sudor y sexo, a carne de animal degollado me produce arcadas de placer. Se acerca a mi esbozando un gesto: le pertenezco, soy suya, la novia del cowboy. Me toca el corazón y hace alarde de comérselo, enseguida me acaricia la cara con sus manos peludas y sus uñas negras. Me estremezco de horror y deseo. Se marcha pronto. Me ha comido el corazón.