Camina con una sola cosa en mente: el camino te indica donde ir. Date todo el tiempo necesario pues no hay itinerario a mano. Esto te llevará a lugares impredecibles. Ve preparado para encontrar lo inimaginable. Toma notas en tu cuaderno. Siéntate en un café a lo largo del trecho. Cuando hayas tenido lo suficiente regresa a casa si tienes una, y tómate una copa de vino o una taza de sopa, el agua es buena ocasionalmente.
2.
Toma el Belisario Quevedo con todos los deberes y derechos que te pertenecen. Baja la calle Mañosca inhalando sabrosamente el smog que emerge de los motores repartiendo vapores de aire luminoso. Vence valiente las tendencias a dejarte doblegar. Cabecea hasta la Universidad Central. Cuida de driblar una que otra piedra que cruza el bus de un lado al otro. Llega a la Basílica del Voto Nacional (catedral gótica). Sube hasta el tope, con sumo cuidado, algunas gradas aún se encuentran en construcción después de ciento cincuenta años. Llega hasta el ultimo tramo de escaleras, toma un poco de aire y baja de nuevo con gracia sin par.
3.
De la estación toma el elevador hasta el primer piso. Saluda al guardia y toma un café a la bajadita. Cruza Solana y entra al Bulevar de Sabana Grande. Busca cualquier otra cosa que no sea una tienda de zapatos: un tigre por ejemplo. Sigue caminando y detente a mirar los libros en Suma, una librería de cuarenta años. Entra y pregunta si tienen algo de Funes. La chica no te entiende, ni tiene, ni sabe, mira la computadora, no le suena dice. Sal rápidamente y métete en el Metro de Plaza Venezuela rumbo al Silencio. Baja en las oficinas del Ministerio de Cultura. Camina el corredor lleno de piñatas y muñecos sin saber si huele a pis de gato o de hombre. Llena la hoja de visita, ve al piso 16 Torre del Silencio. El director ha renunciado escuchas, regresa la próxima semana.
4.
Llueve lluvia sobre tu paraguas de bolitas blancas. El graffiti, el post-graffiti y la pixaçao poética, te llaman: reforestación visual dicen, pinte árboles, plante arte. Las piedras bajo el comienzo de la calle de cemento te acompañan a tomar un café en la tarde antigua de la Ciudad Baja y Menino Deus. Por la Lima y Silva, cruzas el largo de los Azorianos y caminas por los anticuarios en Fernando Machado, subes el viaducto Borges de Medeiros donde has estado tantas veces en sueños, compras una pequeña estatuilla de Yemánjá, bajas por la Borges entera y te vas al mercado público, vas de vuelta bajo los almendros temblorosos, sin recordar si fuiste ahí por que sí, o por ver la vida de nuevo.
El bus de la Adirondack te deja en Times Square a las 3 de la tarde. Durante el trayecto recuerda que no tienes el número del músico que te espera. Trata de adivinar el teléfono una y otra vez colgada de uno de los aparatos de la estación central. Baja y camina sin dirección, total no tienes una. Una cuadra a la derecha, una a la izquierda, te detienes, preguntas al vendedor hindú de pretzels si sabe donde hay un café net. Te vas una cuadra recto, dice, una a la izquierda, dos a la derecha, talvez encuentras uno ahí. Sigue sus instrucciones con cuidado, suda la gota gruesa subida en tacones de 8 centímetros hasta llegar. Entra, pide una computadora, te sientas. Busca fervorosamente los correos de amor del músico donde está su número de teléfono. Lo encuentras, te devuelves por donde viniste, llega de nuevo a la estación, timbra al número hasta que él conteste. Después lo esperas, por horas.